miércoles, 7 de abril de 2010

NUNCA DESCANSAR, MENOS PENSAR


“Viaje es el que se hacía en busca del lugar inexistente o desconocido”


Ciertas personas, hoy ya mayores, habrán soñado alguna vez de jóvenes con conocer una tierra tan lejana, pero en realidad tan próxima, como la Mesopotamia. Delimitada por los ríos Tigris y Éufrates, la antigua y rica historia de Babilonia fue reemplazada por desolación, palacios avasallados, una cultura totalmente aplastada por el avance constante del capitalismo y, sobre todo, el egoísmo de la raza humana. Esas personas que treinta años atrás imaginaban un viaje a Medio Oriente (sea para conocer, investigar, o el motivo que fuere), no habrán imaginado jamás que hoy en día Irak y sus alrededores serían campos de batalla diarias.


El mundo ya no es lo que era. Si bien la diversidad en diferentes puntos del planeta existió siempre, hubo factores que multiplicaron con creces la combinación de razas, culturas, etnias, costumbres, en fin, personas de diferentes orígenes. La Aldea global no conoce de límites, señalemos que el ejemplo de la Mesopotamia no es más que un caso, quizá un modelo de lo que se quiere explicar. ¿O la globalización no llegó también a las Islas Galápagos? ¿Qué hay que pensar ante tantos puestos de comercio chinos expandidos alrededor de globo? El viajero no sólo conocerá nuevos territorios, sino que ahora hay que agregarle el “plus” de que se puede sentir como en su casa explorando nuevos rumbos. No sería rara la comparación entre un viaje y un documental que podemos ver desde el living de nuestros hogares. Así, el recorrido se reduce a pasos agigantados, cada vez la lejanía le cede terreno a la cercanía, está todo al alcance de la mano. De hecho, hasta podemos programar un tour improvisando durante el viaje propiamente dicho. Los espacios vacíos fueron llenados, no sólo materialmente, sino también (y por sobre todas las cosas) ideológicamente. “¿Qué hacemos ahora?”, “¿Hoy que nos toca recorrer?”, “Podríamos aprovechar estas horitas que tenemos para comprar souvenirs”…Frases así son los bastiones, los caballitos de batallas, de los nuevos turistas. La lógica del mercado es llenar, entonces, todo espacio desocupado que encuentre. No nos deja respirar, ni pensemos en relajarnos del todo, continuamente hay algo que hacer, que conocer. Y muchas veces esas cosas que hacemos o conocemos son elegidas conscientemente por un grupo de personas con intereses conservadores y, a la vez, lucrativos.


Comodidad, comfort, suites especiales, hoteles cinco estrellas, el tan buscado spa de la tranquilidad. La burguesía logró la construcción (y la consecuente estabilización) de una nueva manera de viajar, buscando que el turista se sienta a gusto. “Si le agrega cincuenta pesos al pack, le incluimos un salmón rosado con vino blanco” se suele oír por parte de los intrépidos y adiestradamente preparados vendedores, piezas claves de ese sistema que rige en lugares donde a uno le arman hasta la comida.


“Acaso la xenofobia y el turismo sean términos de un funcionamiento único, dos caras de una misma cosa, el negocio del desplazamiento masivo que se incrementa en la misma proporción en que se incrementa la aversión por el otro.” Diego Tatián nos dice lo recién citado en Contra el Turismo, demostrando así que la clase dominante no sólo logró montar un campo favorable para el consumismo en los viajes de placer, sino que también fragmentó, aniquiló la fraternidad entre distintos pueblos. Cuando un europeo va de paso por las ruinas Incas, ¿será demagogia tan sólo, o sabrá de verdad acerca del avasallamiento cultural que allí se llevó a cabo? Todo hace pensar que el viajero haría un mapa de ruta totalmente distinto en cuanto al recorrido en sí, y también en cuanto a los pensamientos, sentimientos ante semejantes lugares. El turista por excelencia busca de tal manera la comodidad, que hasta las visitas a museos y/o parques nacionales son guiadas. Atención aquí, viajero del siglo veintiuno, no se deje influenciar solamente por lo que dice un guía, quienes al igual que los organizadores de viajes, están imbuidos de ideas concordantes con el orden. Los museos del Che Guevara deberían ser como La Meca de los revolucionarios, no se necesitan personas que nos expliquen las cosas. Las imágenes, testimonios de primera mano, objetos que persistieron, son más elocuentes que unas cuantas palabras abstractas. Tampoco quisiera generalizar sobre los guías, hay muchos que no son marionetas, y esos, aunque la minoría, merecen ser oídos. Seamos turistas o viajeros.


En la cita del párrafo anterior, se menciona a la xenofobia y a la aversión. Aquí tampoco habría que caratular a todo el mundo de ser igual, ya que hay quienes respetan y hasta colaboran con el prójimo de otras tierras. No obstante, lamentablemente, son más los pueblos que no saben de tolerancia. El ejemplo más claro lo demarca la guerra, quizá el factor que más ha destruido las bondades de viajar. Así como están echadas las cartas, el mazo queda prácticamente vacío. Dispersión de tropas norteamericanas por todo el mundo, bases militares que observan con recelo cada avance del enemigo, amenazas de bombas que aniquilarán a la población entera, lucha por el oro negro ¡Y agradezcamos que todavía no se ha iniciado una similar por el agua! Así como se presenta el mapa mundial, no hay comodidad que valga, tampoco viajero intrépido y arriesgado que no viva pendiendo de un hilo. Hubo ya muchos casos de ataques terroristas a hoteles internacionales, ante la mirada ciega de los gobernantes. Los mismos gobernantes que ayudan a que no pensemos, a que nos idioticemos con plasmas y jacuzis en hoteles cinco estrellas, en lugar de intentar que entendamos las cosas que hacen a la cultura de determinado lugar. De la mano del análisis crítico es de la única manera en que se puede acercar una cultura a la otra, es de la forma en que se llegará a un entendimiento del otro, y es en todo caso esta manera de acortar distancias la única que debería existir. El viaje sí tendría que mantener esa lejanía, que nos embriaga y nos excita al pensar lo exótico, eso que está tan lejos y que no debe estar al alcance de la mano. En descubrir ese misterio está el secreto a ser develado por el viajero.

“El turismo es la destrucción de los lugares a favor de los no lugares” afirma Tatián, al tiempo que agrega que “el no lugar es a la vez el no tiempo: la imposibilidad de la experiencia”. Si una persona visita el Louvre y contempla una obra sólo superficialmente, seguro que experimentó fugazmente acerca de la belleza de la misma, pero le faltaría una parte importante del goce si no mira el cuadro más allá de lo que se ve a simple vista. Justamente el secreto que guarda cada producción artística es lo que el viajero debe intentar comprender, recordemos que las obras nacen a partir de cultos. Entonces planteado el ejemplo, ¿Estamos en condiciones de decir que el turista experimentó? Quizá lo hizo a su manera, intentado pasar rápidamente por cada pintura para pensar desenfrenadamente en la siguiente actividad. No vaya a ser cosa que el asiático con su camarita último modelo se saque primero una foto con la Torre Eiffel de fondo. Otro ejemplo del no viaje es el que ya mencioné de manera más implícita. Siendo esta la manera de realizar un tour de placer (con un pack de actividades programadas de antemano, con el reloj erigiéndose como protagonista), ¿Cuándo se descansa? ¿Habrá algún momento para reflexionar acerca del lugar que se está visitando? Cuando queramos caer en la cuenta de que estuvimos en París, será demasiado tarde: ya estaremos mezclándonos con la niebla londinense, con el Támesis riéndose de nuestra inocencia. Esta manera maratónica de conocer hace que el tiempo nos rija, y nos imposibilite disfrutar. Nunca se descansa, por lo que al regresar a la vida normal y rutinaria, nos damos cuenta que en realidad volvimos más cansados que cuando nos fuimos. Con el aliciente de que nos arrepentimos de haber querido abarcar todo sin haber tenido el cuidado de pensar en lo que hacíamos. Hay alguien más que sufrió consecuencias derivadas: la billetera llega con la soga al cuello.


Podemos hacer viajes como turistas, por qué no. Hacerlo como viajero intrépido y sagaz es más divertido, pero no por eso se debe menospreciar al que elija otra vía. Con lo que sí hay que tener cuidado es con la gente que saca rédito de los famosos packs, ya que muchas empresas y corporaciones están a la continua caza de inocentes para seguir auto reproduciendo el capitalismo y su tan eficiente mercado de consumo. Por otra parte, concientizando y favoreciendo el acercamiento entre las diferentes costumbres es una manera de que el árabe sea visto como alguien más en Norteamérica; que el boliviano no sea discriminado en Argentina; que el chino sea un comerciante común y corriente y no un simple “ventajero”; que el palestino se abrace con el israelí. No me refiero a acercarse para formar una masa homogénea, sino que la idea es lograr un respeto por la cultura de cada uno, sin que medie la violencia maquinaria tan propia de viejos totalitaristas (¿Hace falta nombrarlos?). Si ya sabemos a donde nos conduce la xenofobia, ¿Por qué no intentamos tener cierta delicadeza en no repetir desgracias? Y además, a la inversa del acercamiento entre las culturas, ¿No sería interesante también volver a exotizar cada lejanía, cada misterio? Ir hacia allí para investigar y descubrir es la idea, no que un mecanismo hegemónico nos cuente la historia antes de conocerla.